lunes, 5 de marzo de 2018

Cosa que decimos, cosa que asesinamos

Violette Leduc 

(Francia, 1907-1972) 


Mi caso no es único: tengo miedo a morir y estoy desolada por haber nacido. No he trabajado, no he estudiado. He llorado, he gritado. Las lágrimas y los gritos me han ocupado mucho tiempo. La tortura del tiempo perdido en cuanto pienso en él. No puedo reflexionar mucho tiempo, pero puedo complacerme en una hoja de ensalada mustia en la que no tengo sino penas que rumiar. El pasado no alimenta. Me iré tal y como llegué: intacta, cargada con los defectos que me han torturado. Desearía haber nacido estatua, soy una babosa sobre mi estiércol. Las virtudes, las cualidades, el coraje, la meditación, la cultura. De brazos cruzados, me quiebro ante esas palabras.
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Volvamos atrás, ábrete el vientre, llévame contigo una vez más. Me has hablado tanto de tu miseria cuando buscabas una habitación, cuando no la encontrabas porque ya no tenías el talle fino. Suframos juntas de nuevo. Desearía no haber sido un feto. Presente, despierta en ti. Es en tu vientre donde vi tu vergüenza de antaño, tus penas. A veces dices que te odio. El amor tiene innumerables nombres. Tú habitas en mí como yo he habitado en ti. Te he visto desnuda, te he visto cuidar de tu higiene íntima. Ninguna madre ha sido más abstracta que tú. Tu piel, tus piernas, tu espalda cuando la lavo, el beso de las mañanas que te pido carecen de realidad. ¿Dónde encontrarse contigo? La nube, el olmo o el escaramujo te son indiferentes. No mueras mientras que yo viva.
De La bastarda
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Seguíamos estrechándonos, nos queríamos engullir. Nos habíamos liberado de  nuestra familia, del mundo, del tiempo, de las certezas. La estreché contra mi pecho, contra mi corazón abierto en canal: quería que Isabelle entrase. El amor es una invención agotadora.
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Lo hicimos de memoria, como si ya nos hubiésemos acariciado en otro mundo antes de nacer, como si volviésemos a encajar las piezas de un engranaje. La mano de Isabelle, la que me turbaba la cadera, era la mía; mi mano sobre el costado de Isabelle era la suya. Se reflejaba en mí, me reflejaba en ella: dos espejos se amaban.
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Llegó del país de los meteroros, de las conmociones, de las catastrofes, de los estragos. Me lanzó una palabra liberada, un programa, en su hálito el frescor de los mares del norte. Tuve la fuerza para guardar silencio y hacerme de rogar.
Me esperaba, pero no era ninguna garantía. La palabra que había pronunciado era demasiado grande. Nos miramos, nos quedamos paralizadas. 
Me lancé a sus brazos.
Sus labios buscaban a Thérèse en mi pelo, en mi cuello, en el pliego de la bata, entre mis dedos, en mi hombro. ¿Por qué no podré reproducirme mil veces y ofrecerle mil Thérèses? Solo soy yo misma. Demasiado poco. No soy un bosque. Una brizna de paja en mi pelo, confeti en el pliego de mi bata, una mariquita entre mis dedos, una pluma en el codo, o una cicatriz en la mejilla me enriquecerían. ¿Por qué no seré para su mano la cabellera del sauce cuando me acaricia el pelo?
Cuando se ama, siempre se está en el andén de la estación. 
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Pongo mis labios en sus labios, ligereza de una mariposa azul en un primer día de sol.
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Hablamos. Una pena. Cosa que decimos, cosa que asesinamos. Las palabras que no medren, que no embellezcan, acabarán marchitándose en el interior de nuestros huesos.
De Thérèse e Isabelle

Imagen: 

Violette Leduc: In Pursuit of Love

A film by Esther Hoffenberg
2013

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char